No me atrevo a confesarte
que mis días están llenos de nuevo,
que ya no sufro soñando que nunca te fuiste,
ni que vuelves,
a buscarme.
Podría contarte
que presumo de cicatrices,
que ahora digo sin dolor que contigo fui feliz,
que sólo una vez cada mil sonrisas recordándonos
cae una lágrima de hielo en mi estómago,
y te echo de menos.
Te diría
que cuando eso pasa,
no me pregunto qué hubiese sido
en otro mundo de alternativas,
como si hubiese lugar para un después.
No pretendo reducirnos a un error,
ya no invento un nosotros póstumo: fuimos suficiente.
Tengo intactos los recuerdos,
cuando quiero vuelo sobre ellos.
Allí hay paz.
Allí sigues siendo tú.
Y si fuese capaz te diría
que cuando me encuentro algún trozo de ti,
camino sobre nuestra historia como si nunca se hubiese roto.
Es perfecta,
sin finales de cuento,
y ya no hace daño.
Pero no te digo todo esto,
por si me respondes
que tú también me has olvidado.
Porque entonces, mi amor,
no habrás entendido nada.
Serás un terremoto,
y yo,
tan sólo seré polvo.
Helena Gamboa